Carta de Valores

30.03.2011 12:23

 

Muy queridos compatriotas:

Son muchos los cuestionamientos que los hombres y mujeres de hoy, jóvenes y ancianos, familias, en fin, nosotros, nos hacemos a diario. Observamos la realidad de nuestro querido país y quedamos azorados. Un país que prometió a nuestros inmigrantes educación, progreso, trabajo, seguridad y una tierra mejor.

Entre esas preguntas se asoma una muy importante: ¿Qué Nación queremos para nuestra generación y las generaciones que siguen? No hay respuestas serias sin análisis serios. No hay respuestas superadoras sin intentar superar la realidad que nos circunda. No hay respuestas que nos interpelen para mejorar sin un compromiso genuino de querer el bienestar que tanto buscamos.

El ciudadano que diariamente trabaja y transita esta bendecida Nación no puede más que observar la decadencia moral y social que atravesamos.

Poco a poco, los cimientos en los que estábamos sustentados se han ido socavando e, incluso, en algunos aspectos, han sido removidos por completo para implantar nuevos, rompiendo con las profunda raíces que dieron nacimiento a nuestra Patria. Las tradiciones son un componente fundamental de la historia de los pueblos. Al pretender modificarlas -aunque sea en forma velada- se arranca una porción de nuestro ser. La imposición de la minoría, lamentablemente, ha ganado mucho terreno en ello.

Lo que nuestros abuelos y padres consideraban, y nosotros también concebimos aberrante, se quiere imponer con discursos, atriles y medios de comunicación que aparecen como los poseedores de la verdad, verdad que no admite discusión.

Lo primero que se ataca es nada menos que el derecho a la vida, sin el cual todo otro derecho humano carece de significado alguno. Sin vida no hay humanidad. Nadie necesita un doctorado o una licenciatura para percatarse que dicho derecho fundamental es anterior y superior a cualquier Constitución y que nosotros, constituidos en sociedad, no podemos renunciar a él ni permitir que las leyes lo abroguen.

Las autoridades nacionales de hoy parecen olvidar todo aquello. Parecen olvidar que el hombre, asesino de un indefenso bebé, que es tal desde el momento de la concepción, se convierte en el más pequeño de los seres vivientes, solo en reivindicación absoluta de los derechos de su madre. La presión crece diariamente y su único límite es la aprobación de la despenalización del aborto. No hay ni habrá concesiones en este doloroso tema.

Toca el turno también a la familia y el relativismo moral que se presenta como absoluto, sentando las bases para que todo comportamiento se convierta en aceptado moralmente, sin ningún tipo de reservas. El matrimonio como comunidad de vida y amor -institución ancestral- se vio desgarrado de su esencia más profunda y constitutiva. Solo valen los derechos de los adultos cegando el derecho de los niños a crecer con una mamá y un papá.

Vemos como nuestras familias se destruyen a muy temprano tiempo. Percibimos los estragos de la droga, cuya despenalización se quiere aprobar. El relativismo de los valores lleva a nuestra juventud a transitar a la deriva sin un horizonte o punto de llegada. Se los engaña mostrando arquetipos -sobre todo políticos­ que no son tales. Los medios de comunicación afines al gobierno son tierra fértil de mensajes oficialistas directos e indirectos a través de los cuales, poco a poco, se intenta buscar la conformación de una conciencia moral que nada reproche, una conciencia moral que apruebe todos estos desordenes sociales. Cierto sector de la justicia parece avalar ello.

La educación que hoy se imparte pretende también transformar las bases de nuestra sociedad. En vez de dedicarse a la búsqueda de una educación de excelencia que comprenda a todos los ciudadanos como plataforma para el progreso social y económico, se utilizan las aulas para adoctrinar con discursos parcializados, llegando a justificar los métodos más reprochables de protesta social que han tenido en vilo a la sociedad argentina estos últimos años merced a la inacción del gobierno nacional. Toda voz disonante se encuentra con un control estatal férreo, al que se acude incluso para refutar y solicitar que se castiguen hasta las manifestaciones que devienen de las convicciones religiosas. Otro derecho fundamental que se quiebra.

Las Fuerzas de Seguridad parecen molestar, mientras que el delito organizado y el vandalismo azotan al ciudadano común. En una sociedad donde todo vale, en donde la única causa de la inseguridad es la pobreza y no otra, los hombres y mujeres de bien son rehenes de los delitos más aberrantes.

Se carece de una ley de seguridad interior, de una política global, de un plan serio de prevención responsable y efectivo en combate de la delincuencia. Los niveles actuales de inseguridad impiden imaginar una solución perceptible a corto plazo sin la implementación de las políticas aludidas. El gobierno nacional lejos está de instrumentarlas. Todo lo opuesto, se quiere implantar un modelo de seguridad democrático -bajo la dirección de una funcionaria otrora violenta y hoy redimida por el propio sistema-, tan ajeno a la esencia y bien accionar de los hombres y mujeres que arriesgan sus vidas en defensa de los demás. La cultura militar y de seguridad que habla de orden, respeto y subordinación quiere hacerse aparecer como una de las causa del delito. Se confunde represión con legítimo accionar del poder de policía que posee el Estado para mantener el orden y la seguridad pública.

Antes eran los adolescentes los que delinquían. Ya son también niños que no tienen edad para ser juzgados penalmente y continúan entre nosotros amenazando con nuevas conductas tipificadas por el Código Penal. No se pude soportar más tanta inseguridad y tanto dolor de las víctimas. Cualquiera de nosotros puede ser la siguiente. Otra vez la vida vale muy poco. La sociedad reclama incesantemente que se modifique la legislación aplicable a los adolescentes.

El discurso oficial sobre la transparencia y la corrupción es opuestamente proporcional a la realidad. La' obra pública se ha convertido en rehén de forzada pleitesía sin la cual nada se obtiene. Nos hallamos frente a ciudadanos privilegiados o, por el contrario, postergados, según sea el dirigente político que genuinamente por voto constitucional tiene la responsabilidad de gobernar la provincia o el municipio. La información sobre la actividad pública y la utilización de los recursos del Estado se retacea u oculta.

No somos niños a los que se nos engaña con fuegos de artificios desplegados en cada vez más numerosas fiestas populares que se utilizan para la propaganda política oficial en vez de ser un genuino esparcimiento de las familias. Desde la monopolización de la transmisión del fútbol -ahora extensiva a todos los deportes hasta la celebración del Bicentenario de la Patria, los medios

oficialistas se han convertido en propagadores de discursos únicos en los cuales el pasado se presenta como nefasto y solo vale el presente y la implementación de la ideología de la minoría. Todo lo adverso al gobierno nacional, se oculta, disimula o refuta en manos de comunicadores que hallaron un nuevo sentido económico a su vida.

Desde la órbita presidencial y la secretaría competente, se ataca a los medios no oficiales acusándolos de monopólicos. Un simple paseo por nuestras calles indagando en los kioscos de diarios y revistas, comprobara que es este gobierno el que ha captado para si los medios gráficos. No es necesario mencionar la televisión y las crecientes redes sociales. Todo vale, desde los magazines de espectáculos hasta la prensa especializada en política y economía.

El negar un problema se convierte en el principal enemigo de su solución. Pero no importa, el incremento de los precios, la creciente inflación, es solo una sensación, al igual que la inseguridad creciente. Nunca se observó tanto empecinamiento en ocultar tanta evidencia.

Es hora de una Argentina que recupere los valores tradicionales de trabajo y educación, sobre la base de la familia, como sustento básico de la sociedad. Es hora de culminar con la corrupción, que se trasmite con la velocidad una centella e impregna todo ente estatal contagiando al mundo privado. Es hora de salir de nuestros hogares seguros de regresar sin haber sido víctimas de un delito impune. Es hora de gozar del fruto de nuestro trabajo teniendo previsibilidad económica y accediendo a las necesidades básicas de consumo.

  En fin, ¿buscamos continuidad y profundización o un cambio con nuevas perspectivas y renovadas esperanzas? La decisión es nuestra. La valentía es nuestra. La responsabilidad es nuestra.

 “EL SUEÑO QUE NOS DEBEMOS TODOS LOS ARGENTINOS

 ES TENER UN PAIS DE PIE, ORGULLOSO CON SEGURIDAD,

EDUCACION, TRABAJO Y SALUD”

 

SENADOR ESTEBAN JUAN CASELLI

 CANDIDATO A PRESIDENTE DE LA REPUBLICA ARGENTINA 2011